La espina bífida hace referencia a una anomalía del tubo neural, una malformación congénita en la columna vertebral que se produce cuando esta no se sella adecuadamente durante el embarazo, dejando a la médula sin protección ósea. Aún se desconoce la causa exacta de la aparición de espina bífida en el niño, pero diversos estudios coinciden en apuntar a la falta de ácido fólico como uno de los factores claves en su aparición, además del genético. A pesar de que existen diferentes pruebas de diagnóstico durante el periodo de gestación, en muchos casos no es perceptible hasta después del parto. Las consecuencias de esta malformación para el paciente dependerán principalmente de su tipología y localización; cada caso es diferente. De esta manera, puede darse a nivel de la región dorsolumbar, torácica y cervical o lumbosacra, la zona más común y a la vez de mayor gravedad de todas. Además, se distinguen dos tipos: la espina bífida oculta y la abierta o quística. En el primer caso, la incidencia y la gravedad son menores. Frecuentemente esta se descubre a través de un examen radiográfico posterior, ya que no existen trastornos neurológicos apreciables y la sintomatología es mínima. En el segundo caso, las consecuencias se manifiestan de manera más acusada a través de la formación de un quiste de diversa consideración. La mielomeningocele es la categoría de espina bífida más frecuente y grave, debido a que en la cavidad quística contiene médula espinal, raíces nerviosas, meninges y líquido cefalorraquídeo, generando importantes lesiones y limitando la autonomía y calidad de vida del enfermo. Suele localizarse en la región lumbosacra. El paciente puede desarrollar a la vez alteraciones secundarias que impliquen la merma de las capacidades de cognición y percepción, disfunciones genitourinarias, motrices o presentar hidrocefalia. Estas pueden derivar en problemas visuales, renales, complicaciones en la comprensión o en la coordinación y destreza manual. Ante esto, iniciar un tratamiento temprano de fisioterapia es indispensable; tratamiento, a su vez, parte de una intervención necesariamente multidisciplinar. El fisioterapeuta deberá realizar un examen general del niño antes de establecer la terapia adecuada y adaptada al caso. Procurará a grandes rasgos desarrollar las capacidades físicas, fomentar la movilidad y evitar posibles deformidades asociadas, a través de un ciclo terapéutico aplicado en función de la edad del niño. El tratamiento se iniciará los primeros días, y durará hasta más allá del año y medio, e incidirá, por ejemplo, en el cuidado postural o confección de férulas de protección, en primera instancia, o en la movilización de miembros inferiores para trabajar la amplitud articular y en la reeducación de la marcha, entre otras cosas, meses después. Cada caso deberá tratarse de manera personalizada e individual, evaluando la evolución según el tratamiento aplicado. La espina bífida es un problema de gran impacto y generalmente desconocido para los padres. Por ello, informarles sobre las características, implicaciones y el proceso que seguirá la terapia será fundamental a la hora de afrontar el tratamiento del pequeño.